La lucerna vaccea
de Miguel Hernández
40 x 57 x 45 cm; hierro y piedra.
Testigo mudo de la vida nocturna, las lucernas iluminaron buena parte de la cotidianeidad de los vacceos. En estos pequeños utensilios los artistas cerámicos derrochaban imaginación y creatividad. En lo alto de la base, el lobo protector, cuyos ojos vigilan posibles asedios de pueblos enemigos. A los pies, la serpiente que preserva y contiene el inframundo sosteniendo un depósito con adornos geométricos sellados a punta de navaja. Vestigio de un pasado relumbrante cuya estela sigue viva. (María Hernández Herrarte)