Presagio. (En Pintia)
de Javier Dámaso
Quién añorará
nuestras ciudades
cuando nos hayan
vencido?
¿Quién,
cuando no
seamos más
que el apagado eco
de un rumor del
pasado?
Estos que hoy
vienen de la lejana
Roma creen ser
superiores,
pero son débiles
y menos capaces.
Mira sus cuerpos,
cómo expresan
su fragilidad.
Dependen de artilugios
y complicadas máquinas
que un día desaparecerán
y se hallarán entonces
desnudos
como niños.
Nuestra desgracia,
sin duda alguna,
está en que no veremos
tal día. No,
no lo veremos.
Nosotros, fuertes
como las bestias
del campo,
habituados al frío
y al calor
y a todas las inclemencias
de esta amorosa tierra,
hechos a hielo y fuego,
¿dónde iremos?
Bebe, mi amigo,
apura el fondo
de la copa de barro.
Hoy puedes disfrutar
de estos vastos campos
y todas sus riquezas,
los bosques frondosos,
los caudalosos ríos,
un cielo inquietante
alto como las montañas.
Perecerán tus hijos
o se confundirán
en multitudes
irreconocibles ya
para siempre.
Otra estirpe,
otros dioses,
otras canciones.
¿Y nuestras gestas?
Sí, serán todas
olvidadas.
Pero no desesperes.
Alguien recordará un
día que aquí estuvimos,
y lo sabrán por los restos
de estas copas,
añicos de nuestro goce
y nuestras vidas.