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Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg (Universidad de Valladolid)
PINTIA VACCEA

Noticias del Proyecto Pintia


Última jornada de voluntariado: más frío que árboles y más amigos que fríos


L 25/11/2013

Programa de Voluntariado: <i>Pintia</i> para todos
Programa de Voluntariado: Pintia para todos
El valle del Duero, en Padilla, es amplio. Llanea hacia el cauce con pequeñas ondulaciones, se define entre manchas de pinar, líneas de cauces y arroyos, el núcleo de población (compacto, grisote y ceñido) alguna edificación aislada, con mayor o menor fantasía y calidad, y las texturas, cambiantes y aleatorias, que los distintos tipos de cultivos y barbechos deparan a la alfombra vegetal que se extiende en todas direcciones. En los bordes se alzan las cortadas de los páramos, donde la caliza, el yeso y el gris se enseñorean de común, salvo el rojo encendido del cerro de Las Pinzas, con los últimos rayos de sol de la tarde, y la potente cortina vegetal, de ribera, que el rio Duero ha construido en sus márgenes, creando un paraíso lineal de jugosos colores verdes, avifaunas y sonidos, al que no resulta ajeno el celo de algún responsable de la Confederación Hidrográfica, a los que animamos a perseverar en tan nobles afanes.

La necrópolis vaccea de Las Ruedas, en parte investigada arqueológicamente, en parte destruida por el furtiveo y la desidia de las administraciones, en parte en proceso activo de destrucción por la pertinaz acción de una agricultura de miserables réditos, y en parte tesoro oculto de próximas campañas de excavación y estudios arqueológicos, esa necrópolis, dibuja un paisaje en el paisaje, que empieza a definirse por la presencia, silenciosa, desabrida e inquietante de grandes losas de piedra caliza, apenas desbastadas, hincadas en tierra y caóticamente sembradas, que se entremezcla con la presencia de algunas líneas de cipreses, en edad mocita, y rústicos cenotafios que nos informan o bien de reflexiones sobre lo efímero de la vida (y la caducidad en la muerte) o sobre los hallazgos estudiados incluida la edad y condición de la persona enterrada. Espacio para la muerte que continúa activo, incorporando recuerdos de los amigos y compañeros, y sus difuntos, sentidos como propios, y con los que extendemos el amplio colectivo de amigos del yacimiento.

La necrópolis pasa a ser un paisaje conmemorativo, evocador y singular, con personalidad propia que se inserta en el paisaje del valle del Duero, con vocación de crecimiento, lugar de reflexión y de manifestación del paso de la vida, las cambiantes estaciones del año, y la propia condición de las gentes que tenemos la suerte de visitarlo regularmente, y la de todos aquellos a los que animamos para que no pierdan cualquier oportunidad de venirse hasta aquí. La explosión de verdes y amarillos del brote primaveral de la plantación de narcisos que se efectuó hace ya algunos años, el blanco en flor de algunos, pocos, almendros que regentan intersticios entre tumbas, o la presencia enriquecedora de otras especies ha venido incorporando una variedad de flora adaptada a las condiciones del clima severo de estas tierras, que salen adelante por los cuidados de sus gentes (tengo que agradecer momentos creativos intensos, mientras he regado algunos de sus alcorques).

El pasado 24 de noviembre, un domingo raso y ventoso, con aires húmedos del Noroeste, que flagelaron nuestros rostros, calaron en nuestros huesos y perforaron pulmones y oídos, un día de voluntariado y voluntad potente de trabajar por el yacimiento, se produjo uno de esos milagros que te hacen creer, de tarde en tarde, en la bondad de la condición humana. Un nutrido grupo de amigos, medio centenar de personas, convocadas por la asociación ARBA-VA, se desparramaron por la linde del yacimiento, en las zonas yermas junto al arroyo de la Vega, para proceder a la plantación de unos doscientos plantones de matorrales y árboles futuros, que trasformarán aún más la singularidad del cementerio.

Plantones de fresnos, nogales, morales, álamos, boneteros, saúcos, cornejos, raminus y espinos, fueron aleatoriamente dispuestos generando una dispersión abarcada en una amplia ese paralela al cauce, ya forestado en hilera de chopos y tamarices (que habrá que podar antes de primavera), y con abundante vegetación de juncos, espadañas y mimbreras, que ocultan el camino.

Pasmaba ver cómo niños de corta edad, impúberes, cogían con decidida voluntad azadillas o palas, como la mirada de padres, o de abuelos, dirigía con amor, orgullo, y complacencia, el gesto, sabiendo que ellos debían acabar cavando el hoyo. Jóvenes parejas, o añosas o viudos, o alguien agregado, convivían resueltamente, felices y conscientes de la bondad y trascendencia de la iniciativa, que sin duda constituyó un avance en las condiciones de conservación del yacimiento, ahora dotado de una mejor capacidad de identificación. Padilla de Duero, es hoy, como paisaje, mejor que antes. Esa es la fuerza de un árbol y su potencial capacidad. El ponerse de acuerdo cincuenta personas para repoblar apenas una hectárea, es el resultado del convencimiento en la capacidad de esa fuerza y en la potencialidad del árbol. Es la manifestación de inteligencia del ser humano y su voluntad de unir esfuerzos en causas, que aunque nos parezcan de menor entidad, se revelan trascendentes con el paso del tiempo, cuando a la sombra de alguno, ya de gran porte para entonces, el niño que inició hoy la plantación, convertido con el paso de los años en un adulto ya algo achacoso, llore el recuerdo de sus padres y se conforte en la memoria de la historia, quién sabe si sintiéndose un vacceo.

Tras los trabajos, los gélidos vientos y reflexiones llegó la pitanza, en forma de monumental cocido, de barroca confección, y esmerado proceso de construcción y deconstrucción, incluido un pertinente desengrasado al que colaboró eficazmente la rasca de la madrugada pintiana tras la noche a la intemperie. Los del grupo de Viana, expertos en organizar saraos del tipo, se facturaron una paella sin apenas arroz, que aunque combinando mal con el cocido permitió escenas comparativas siempre interesantes para rellenar huecos de conversación y matar hambres. No faltó de nada, incluso animaciones cinematográficas en la pantalla del Centro de Estudios Vacceos, dónde hubimos de refugiarnos para protegernos del frío. Orujos, pastas, una maternal y casera tarta de manzana y cafeses, terminaron por desatar lenguas y animar las sonrisas. La jornada concluyó con promesas de repetir la experiencia y los viajes de regreso, que algunos demoramos para tornar a la necrópolis y disfrutar de los fríos, violencias de los aires, y últimas luces de la tarde, en el nuevo paisaje antropizado.

La paciencia se recompensa con el otorgamiento de lo anhelado. Tras desideratas diversas, alguna puya, comentarios caídos como por azar, indirectas a destiempo, o reflexiones explícitas hemos logrado, bien que por vía indirecta, tener un hueco con chimenea encendida donde crepitan los troncos y leños, juguetean las llamas, y sahúman sus efluvios y raposeras. Tras los fríos y desabridos del clima y las intemperies, refugiarse a cobijo, junto al fuego, y la amistad, desencadena la evocación y los recuerdos. Final de jornada narrativo, contando viejas historias de tiempos y biografías, de sucedidos y recuerdos, al amor de la lumbre y la compaña. Entretener la tarde y aprender de los mayores. Cultura de trasmisión oral que nos acerca a la historia, nos rejuvenece y aúna en la cultura del fuego y sus recuerdos, cultura de nuestra cultura, filandones y refranes y decires que tienen las viejas junto al fuego, la que nos ha formado como colectivo, de la que somos individuos herederos, y que hoy, pobremente y sin la llama de esas lumbres, trata de evocar esta crónica.

Digitus.
Noviembre de 2013.


Puedes ver un resumen de la plantación en nuestro canal de YouTube en dos vídeos: primero, segundo.








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